1. A pesar de ser una noche de invierno, era calurosa como muy pocas.
Mientras me acercaba a beber algo, notaba que mi pantalón estaba manchado.
Llevaba puesto un jean de color verdoso y azulado que combinaba con las
inscripciones de mi remera. Esta era de color azul marino, tirando más al
negro, que me había regalado mi abuela cuando llego de Francia junto con un
reloj, que también llevaba puesto en esa ocasión. Llevaba unas zapatillas
color rojas que llamaban mucho la atención a pesar de estar oscuro. Recuerdo
que mi cabello era ondulado y tenía un corto intermedio.
Esa noche conocí a Marcos. Solía esquivarme la mirada, y charlaba con
sus amigos acerca de temas que no podía escuchar a causa de la música.
Parecía agradable por su forma de expresarse, aunque indeciso, en algunas
ocasiones, por su forma esquiva de expresar sus ideas. Llevaba unas gafas
que lo hacían ver ridículo, pero algo en el me atraía. Sus movimientos
sutiles lo mostraban como una persona paciente, y su forma delicada al
hablar le daba cierta belleza sutil. Todo en el me agradaba.
1. Dentro de su habitación el calor invadía el ambiente, mientras la luna
se perdía entre una fuerte tormenta en el exterior. Juan solía ponerse
nervioso en los días de tormenta. Sus ojos comenzaban a parpadear
rápidamente indicando que se encontraba nervioso. Sus manos comenzaban a
temblar a pesar de estar atadas a su espalda, dándole el aspecto de
inseguridad que lo caracterizaba. Su rostro empalideció y comenzó a vagar en
sus pensamientos, dejando una escena muda. El calor y los nervios lo estaban
ahogando. Su transpiración manchaba el color blanco de su remera.
María, que recién llegaba de su hogar, lo observaba detenidamente. Se
quitó su tapado que combinaba con el collar que llevaba, que se lo había
heredado de su madre. Sus zapatos estaban mojados por la lluvia, al igual
que su pelo, que estaba atado con un broche que lo sujetaba débilmente y
provocaba que algunos cabellos marrones cubrieran su cara. Pero a pesar de
su desprolijidad, conservaba la belleza que la caracteriza, al igual que su
serenidad.
Ella corrió a abrazarlo, envolviendo su cuello con sus brazos, pero no
obtuvo respuesta de éste. El parecía una estatua, pálido y duro permanecía
en los brazos de María. Ella lo suelta y observa sus ojos, pero estaban
perdidos y parecían descoloridos. Vuelve a abrazarlo tan fuerte que consigue
la respuesta de éste; la mira a los ojos y vuelve en si, se pega a su cuerpo
y luego de unos instantes vuelve a palidecer y a endurecerse. Las cosas no
estaban bien esta vez.
1. La ciudad de La Plata se ahogaba en el aroma primaveral que cubría las
calles y el viento que azotaba a los árboles con cierta delicadeza, que me
recordaba a los veranos de mi infancia. Recuerdo que mi papa solía abrazarme
con su traje de marinero y su perfume penetraba en mi nariz de tal manera
que provocaban en mi millones de imágenes. El siempre vestía de blanco y
azul, con un sombrero que cubría su negra cabellera, y su cuerpo, duramente
trabajado, estaba cubierto con su traje que llevaba con gran orgullo. En sus
manos siempre era visible la alianza que lo unía a mi madre, y en sus ojos
se vislumbraba la aventura.
Yo sujetaba su cuello obligándolo a abrazarme muy fuerte. Tartamudeaba
al saber que se iría nuevamente, y mi mirada perdía cuando se
hablaba del tema. Mi inmadurez me impedía llevar a cabo mis ideas, pero lo
intentaba de todos modos. Solo me quedaba esperar ver en mi cara el disfrute
de saber que no lo perdería más.
1. Era la medianoche del 31 de diciembre del año 2046 en Pekín, China. Yo
estaba solo en la ciudad, tirado en un banco de la plaza, medio dormido.
Estaba cansado de que todos me miraran de mala manera, como si yo tuviera la
culpa de no tener ni un hogar ni una familia. Las cosas se habían dado así,
y no me quejaba. Esa noche conocí a una señora. Ella venía caminando por la
plaza muy tranquila, estaba muy abrigada y llevaba puestas muchas joyas que
ostentaba con orgullo. Tenía un ridículo peinado de peluquería, que
ensanchaba se cara y le hacía semejarse a un sapo. Era de contextura grande,
pero no podía decirse que era gorda. De pronto me vio tirado en el banco, y
su expresión cambió por completo.* *Parecía reconocerme. En cuanto me
vio, se acercó corriendo a mi lado, me incorporó y me dio un fuerte abrazo.
Me asombró muchísimo, pero viviendo en la calle ya me había acostumbrado a
ese tipo de situaciones extrañas, por lo que yo también la abrasé. Luego se
despegó, me miró a los ojos, y me dijo que yo era su hijo
1. Era el 3 de Enero de 2010 y la ciudad de Buenos Aires estaba llena de
gente, y el calor agobiaba a la multitud. Caminando por la calle, yendo al
trabajo se encontraba Martín, un joven empresario con ansias de poder y
dinero, que deseaba quedarse con la compañía automotriz de su padre, una
empresa que movía muchísimo dinero. Martín se olvidaba cada vez más de su
mujer y sus hijos, y pensaba cada vez más en su futuro y en su herencia. De
pronto, se chocó con una mujer anciana, de pelo completamente blanco y unas
profundas arrugas en su rostro.
1. Las hojas de los árboles caían lentamente en la mañana de otoño. Juan
estaba sentado en un bar, tomando un café y leyendo el diario de la ciudad.
Sin embargo, se notaba que estaba pensando en otra cosa. Y no solo eso, su
expresión denotaba maldad, como si estuviera planeando un maligno plan para
destruir a alguien. Sus ojos pequeños brillaban de ira cada vez más, y su
entusiasmo iba en aumento. Al reto llegó un hombre mal vestido, con harapos
y ropa sucia. Tenía un olor horrible y sus dientes no podían ser más
amarillos. El hombre se sentó con Juan, quien lo miró con mucho desprecio
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